viernes, julio 08, 2005

EL LARGO RECORRIDO DEL SIGLO XXI

La última noche del siglo XX y la primera del siglo XXI en la ciudad de Buenos Aires, pasó sin pena ni gloria. Mientras en las demás capitales del mundo la fiesta, el lujo popular y la alegría sin clases mostraban el rostro de un mundo con vocación de felicidad, en la capital de la Argentina, la recién estrenada administración de la Alianza decretó una noche austera. En hipócrita luto por la algarabía menemista, los únicos signos de vida fueron unos pocos curiosos en el Obelisco, una marcha fantasmal por la Avenida de Mayo reclamando por los desaparecidos y los espontáneos y modestos festejos barriales de vecinos con bríos, rebeldes al programa de tristeza. Mientras, para sólo mencionar un par de las capitales importantes, Paris hacía honor a su tradición de brillo con una velada deslumbrante y en Washington, Bill Clinton entregaba a los jóvenes el nuevo siglo, la resentida Buenos Aires detenía el pulso de su propio tiempo.

Esa vocación mortífera que cada tanto anida en la psiquis colectiva persiste hasta la fecha en el abandono y dejadez que se percibe en las calles y en muchas de las más tradicionales instituciones de la ciudad, como si la última noche del siglo XX aún perdurase y como si los porteños, cabeza formal de los argentinos, no hubiésemos decidido aún nuestro ingreso en el siglo XXI. La semejanza entre esta actitud de rebelión al tiempo que pasa con la negación a toda modernidad y la regresión de la economía a los tiempos pre-reforma de los noventa, es quizá el dato que mejor nos define como argentinos, tan confundidos en el sentido de nuestro trayecto histórico como en el tiempo en que vivimos.

Las metas de corto plazo absorben las energías de políticos y ciudadanos y no permiten echar una mirada sobre el largo plazo. La Argentina es una nación que existe desde hace doscientos años y que en un breve lustro ingresará en su tercer centenario. Un proyecto fracasado en partes, logrado en otras y con un capital acumulado del cual, en tiempos de pobreza, escasez y deudas, no somos demasiado conscientes aunque constituya la base del posible despliegue argentino durante el siglo XXI y aún más allá. Nacimos, como argentinos, hace mucho tiempo y viviremos, como argentinos, mucho tiempo más del que nos permitimos imaginar. Sólo tenemos que decidir cómo y para qué queremos vivir.

El siglo XXI ya comenzó y queda un largo recorrido hasta completarlo. Muchas de nuestras preocupaciones actuales vienen de un problema puntual y sencillo: la mala administración del Estado. Nuestros problemas de bajo rendimiento en salud pública, en seguridad y en educación, así como de falta de inversión en el sector privado, de creación de trabajo y riquezas y de organización productiva en general, provienen de ese exclusivo problema irresuelto. Un problema que no resolverán los políticos que hablen mejor ni los más simpáticos, sino los más profesionales a la hora de reorganizar la administración pública. Confiando en que los argentinos podrán por fin resolver el más sencillo de sus problemas, el siglo XXI plantea desafíos más complejos a la Argentina.

¿Participará la Argentina en el desarrollo federalista del continente americano? ¿Volverá a dar el ejemplo al continente con un Estado reformado y en permanente modernización? ¿Se atreverá a dar una nueva orientación a sus fuerzas militares y a prepararlas para la exploración del espacio en una clara ampliación de sus bien conocidas aptitudes aeroespaciales? ¿Explotará el caudal multicultural de su mágica ciudad puerto para crear una impronta industrial novedosa en América? ¿Organizará sus múltiples saberes en medicina, biología, psicología y psiquiatría para ofrecer al mundo servicios novedosos para el desarrollo humano? ¿Aprovechará sus inmensos y desdeñados recursos espirituales para canalizarlos en la construcción de una mejor aldea global?

La granja del siglo XIX y la revolución social del siglo XX deberían ser la introducción a la explosión democrática y creativa del siglo XXI. Que no nos perdamos, entre la soja y las peleas de los restos del peronismo por una revolución que ya fue hecha, los auspiciosos comienzos del nuevo tiempo. A pesar de las bombas, del horror y de la vocación de los rezagados por la muerte, el siglo XXI, el de la batalla por la modernidad a escala planetaria, está consagrado a la alegría.