martes, agosto 23, 2005

LOS NOVENTA, SÍ


Heredero de Duhalde al fin, Kirchner reclama para sí la conducción de la persistente oposición al proyecto que estabilizara y engrandeciera a la Argentina durante los años noventa y propone, para las elecciones de octubre, un gran plebiscito nacional en el cual los ciudadanos deberían votar a los candidatos kirchneristas para reafirmar el rechazo colectivo a la Argentina de los noventa.
El fantasma es poderoso: el Presidente no pide apoyo a un proyecto explícito y opuesto, sino que llama a evitar el regreso a un pasado temido por igual por duhaldistas, alfonsinistas y kirchneristas y que los obligaría a rendir cuentas de su ataque a las instituciones argentinas, desde la moneda a los partidos políticos. Un pasado, que lejos de estar archivado, acaba de ser revitalizado de modo imprevisto ante la opinión pública, por el diálogo electoralista entre Cavallo y Menem. Enemigos, amigos, adversarios, socios, los vínculos que han unido o desunido a ambos hombres importan poco frente al conjuro combinado de sus nombres: ellos son la encarnación viva de los noventa y expresan el comienzo del posible regreso al camino del cual la Argentina fue apartada por la violencia del golpe institucional duhaldoalfonsinista.

Que la Argentina de hoy, sin proyecto ni aspiraciones, se parezca a la Argentina alfonsinista (aunque el azar le haya deparado una situación internacional favorable a sus exportaciones) no parece en la superficie incomodar demasiado a los ciudadanos hartos de tanta zozobra. Por este motivo, los nuevos aspirantes al reemplazo de los actuales gobernantes, como López Murphy y Macri, aunque ubicados en el llamado centro derecha de oposición a Kirchner, prefieren no encrespar los ánimos y se pliegan a la ilusión general de que los asuntos argentinos, después de todo, no andan tan mal y se resisten a elogiar de frente la década de los noventa.
En oposición a estos dos tibios y dubitativos líderes, Menem y Cavallo, artífices del éxito del pasado y concienzudos críticos de los motivos que frustraron la continuidad del éxito, no regalan, ni al periodismo ni a la población, la ilusión de una media tinta acerca de la reivindicación de la cuestionada década: ellos son los noventa y ellos son quienes hoy vuelven a defender con energía el famoso modelo como única salida duradera para una Argentina en perpetua autodestrucción.

Que a Menem lo rodeara en un momento una peligrosa mafia o que sus amigos se hayan hartado de hacer negocios a la sombra del Estado propone un acertijo interesante a la hora de analizar el entendimiento ideológico con Cavallo, el hombre que más hizo por transparentar el lado oscuro del gobierno de los noventa pero que a su vez no alcanzó a mantener con éxito el modelo durante el gobierno de de La Rua. ¿Es posible la continuidad del proyecto modernizador de la Argentina con liderazgos tan cuestionados, o por el contrario, la situación de confusión en la opinión pública argentina sobre el significado del pasado y el valor del presente es de tal envergadura, que no importa a esta hora resaltar los defectos y errores de ambos líderes sino rescatar a los noventa como la única matriz posible de un crecimiento argentino genuino y de una correcta inserción en el mundo?

Una de las mayores confusiones de esta campaña electoral, es la de hacer creer a los votantes que hay alguna novedad en las propuestas de los que pretenden superar el pasado, sean de centro derecha o de centro izquierda, cuando en realidad se trata de la misma guerra irresuelta que atravesó el último cuarto de siglo argentino, en la cual lo que estuvo en juego fue el ingreso de la Argentina a la modernidad, y con mayor especificidad, la vigencia del peronismo como motor de ese ingreso. No hay centro derecha novedoso posible sin asumir los noventa y sin recoger la médula del peronismo. No hay centro izquierda superador cuando las políticas propuestas son idénticas a las del pasado alfonsinista y, por lo tanto, destinadas al mismo fracaso.
Si Menem y Cavallo son los noventa, Duhalde y Kirchner son los ochenta. Dos décadas que no han dejado de enfrentarse y dos proyectos que, con el regreso de Menem y de Cavallo a la política –juntos o separados- vuelven a quedar como dos claras opciones ante los ciudadanos. Cuando Kirchner reclama no volver al pasado, refiriéndose a los noventa, pretende crear en la opinión pública la idea de que la primera década del siglo XXI y su propia gestión expresan una novedad cuando, en rigor, la única novedad de esta década no es otra que la continuidad de la guerra entre las dos décadas anteriores: la del ochenta derrotada por la del noventa vuelta a derrotar por la del ochenta hoy nuevamente desafiada por los protagonistas del noventa! Se trata siempre de los mismos dos proyectos enfrentados que no han conseguido predominar en forma hegemónica duradera ni han podido organizarse como opositores en los dos partidos tradicionales ni mucho menos han logrado expresarse en un tercer partido que se opusiera a la suma de los anteriores. Así, el enfrentamiento ha terminado por destrozar la vida institucional argentina, y ha transformado a los argentinos en víctimas del peor secuestro extorsivo: el de ser rehenes con voto condicionado a cambio de una ficción de democracia sin proyectos explícitos.

La Argentina de Duhalde y de Kirchner es igual a la Argentina de Alfonsín: estatista, anticapitalista, antinorteamericana, cultora de una social democracia europeísta, sudamericanista por no atreverse a ser de verdad continentalista. Radicales o peronistas, la definición según las viejas categorías partidarias no reviste el menor interés cuando el fin del siglo XX y la caída del Muro de Berlín trazaron la nueva línea del pensamiento global: a favor de la modernidad o contra ella. La Argentina de Menem y de Cavallo se puso del lado de la modernidad y se declaró liberal, capitalista, pro norteamericana, orgullosamente continentalista y sabiamente global. Fue corrida de su lugar con un golpe caudillesco y reaccionario – protagonizado por Duhalde y Alfonsín y usufructuado por Kirchner- que regresó a los argentinos a su estadio premoderno: pueblo humillado deudor sin recursos, exportador de materias primas, sin liderazgo ejemplificador ni en Sudamérica ni en el Continente ni en el mundo, sin otro éxito que el de ser barato para los extranjeros, sin aspiraciones ya de ser alguien original y significativo en el mundo.

Aunque a veces se crea lo contrario, los argentinos tienen memoria, para lo malo y para lo bueno. También, a veces, cierta desconfianza para creer en esa memoria y cierta timidez para tomar su destino entre las manos, cuando las palabras de los diarios no coinciden con su experiencia de la realidad y su intuición del futuro. Esperan quizá, que alguien respetable les confirme que las guerras kirchneristas del presente no son más que la última batalla del pasado obsoleto que se resiste a entrar en la modernidad. O tal vez esperen el permiso de alguna imaginaria autoridad para aceptar que la modernidad, necesitada de que el pueblo la identifique bien, no tiene prejuicios, y elige ser liderada por los únicos que demostraron encarnarla y que hoy la asumen hasta en la dimensión de sus inevitables errores. Menem y Cavallo. Los noventa, sí.