jueves, marzo 11, 2010

CONDUCCIÓN,CONDUCCIÓN

(publicado en Peronismo Libre; http://peronismolibre.blogspot.com)

Resulta imposible seguir los acontecimientos de los últimos días, y guiarse en el laberinto de las reacciones inesperadas, las torpezas y hasta las aparentes traiciones sin advertir la lógica profunda de dos proyectos enfrentados: el depuesto en Diciembre de 2001 por la falta de conducción política y el fogoneado a partir de ese momento por Alfonsín y Duhalde y asumido por Duhalde en Enero de 2002 y luego por los Kirchner a partir de 2003. Lo que hoy parece una actitud indecisa de la oposición sólo esconde dos cosas: una enceguecida interna peronista-radical para ver quien conduce mañana el proyecto hoy conducido por Kirchner, y una falla sustancial, la falta de conducción y liderazgo del proyecto liberal, por liberales, por el Pro o por el Peronismo Federal, este último, en rigor, el potencialmente más fuerte para dar batalla.

No tiene mucho sentido volver a repetir los argumentos ni a desgajar la historia que llevó la situación argentina a este punto. Ya está todo dicho y escrito, para quien quiera tomarse el trabajo de revisar el pasado. Hoy lo que cuenta es el tiempo. También el coraje de aquellos en el Senado o en la Cámara de Diputados que decidan clarificar este proyecto ante la opinión pública, de modo de hacer docencia para que esta comprenda no sólo por qué está mal no respetar las formas republicanas, sino también por qué es inadmisible usar las reservas que respaldan ahorros y moneda sin la contrapartida correspondiente, por qué está mal colocar al frente del Banco Central a una persona que tiene las ideas opuestas a las que estabilizarían y harían crecer el país. Sin conducción, seguiremos rodando cuesta abajo, entre los jirones de un proyecto inservible, sea quien sea quien lo encabece, y sin comprender qué es lo que debemos hacer para progresar.

Es urgente también una conducción que también verifique el grado de obediencia a las instituciones de la Policía y Fuerzas Armadas en general, porque son la última garantía de que las decisiones del Poder Judicial y Legislativo finalmente se cumplan si es que el Poder Ejecutivo vuelve a plantarse en rebelión. Son una parte muy importante de la Nación, lamentablemente muy poco respetadas y tenidas en cuenta en la última década y que hoy merecen una atención especial por parte de una conducción atenta al conjunto de la comunidad.

Una conducción, por último, que piense que no sólo se está jugando con la economía y las finanzas de los argentinos, con su potencial productivo y su futuro, sino también con sus valores, toda vez que no ponga los puntos sobre las íes acerca de la cantidad y magnitud de causas judiciales que afectan a miembros del Poder Ejecutivo, relativas no sólo a fallas institucionales sino a casos de corrupción. Si peronista, una conducción que también se ocupe de la legalidad del hoy usurpado Partido Justicialista.

La Argentina no atraviesa una situación idéntica en todos los aspectos a la que sufrió Honduras, aunque la situación de desobediencia presidencial de la última semana haya creado cierta similitud. En la Argentina, cuando alguien no hace bien su trabajo en algún poder del Estado y cuando alguien defrauda la confianza pública, la Constitución tiene un manual de procedimiento muy clarito, de modo de evitar lo que hoy parece imposible: que el país continúe sufriendo, bajo las garras de quienes sólo piensan en su propia supervivencia personal y en la persistencia obcecada en un proyecto que desde hace ocho años viene fracasando, creando más pobres, más desequilibrios, y más injusticia.

Los argentinos tenemos el modo de despedir a aquel empleado público que ha abusado de nuestra paciencia y poder seguir así con nuestra vida, muy perturbada en los últimos dos años por quienes no nos respetan, ni obedecen nuestras reglas, ni escuchan nuestras necesidades para producir y trabajar. Esa actitud de tomar como pueblo las riendas de nuestra vida pública, así como estas reflexiones, no tienen ánimo destituyente. Tienen, por el contrario, un ánimo constituyente destinado a mantener y elevar nuestro standard en la administración pública, de modo que los futuros empleados también sepan a qué deben atenerse.