martes, diciembre 20, 2011

EL RASTRO PERONISTA

Hay demasiados personajes en el Gobierno y fuera de él ofreciendo reinterpretaciones del peronismo con el objetivo de apoderarse de algo que se percibe como una herencia valiosa siempre mejor en manos propias que en las ajenas. Un valor simbólico que, sin embargo y bien mirado, se asienta hoy sobre personas reales con poder territorial más que sobre un aparato político conservado a través del tiempo, personas preocupadas en conservar ese poder personal más que en servir a los intereses del pueblo y de la Nación. Y, justamente, esto es lo que hace toda la diferencia entre aquellos peronistas que se creen herederos de una tradición que debería expresarse convenientemente en una institución que la continuase en el tiempo y aquellos pseudo-peronistas que sólo quieren aprovecharse de la “marca”, como logo apto para competir electoralmente con las ventajas populares y masivas adquiridas a través de un tiempo histórico preciso.

Para seguir el rastro del peronismo, el baqueano aficionado se fija primero en esta sustancial diferencia que delimita campos e identifica aquellos que hoy toman la herencia peronista como una tradición a continuar, adaptando lo instrumental de la doctrina al presente, respetando conservadoramente la historia y, sobre todo, reconociendo la revolución justicialista como una revolución terminada, hoy patrimonio de todo el pueblo argentino, y entendiendo cabalmente la etapa plenamente institucional de ésta. Es el reconocimiento o no de la etapa institucional de la tradición, lo que hoy divide, no sólo al peronismo sino a la Nación. Esta etapa está hoy perturbada por aquellos que no entienden el peronismo ni en el tiempo ni en la tradición. Estos últimos, hoy en un gobierno elegido –aparentemente—por una gran mayoría de argentinos, son los que mantienen congelado y apartado de las reglas democráticas de representación el Partido Justicialista, que debería ser justamente el depositario de una tradición y que hoy es sólo un instrumento al servicio de intereses personales o ideológicos que poco tienen que ver con la tradición que en tanto “marca” pretenden representar. Se distinguen además por persistir en vender a una juventud muy alejada ya generacionalmente del peronismo germinal, la idea de una revolución inconclusa en vez de enlazarlos con corrección en el devenir histórico real en el tiempo del peronismo. Un peronismo que hace ya un buen tiempo viene llamando a institucionalizar una revolución terminada hace tiempo y que no puede concluir con felicidad esa etapa por falta de claridad conceptual y habilidad política de sus dirigentes.

El renacer de un cierto odio gorila hacia el peronismo se explica por esta doble cara que el peronismo muestra: la del odio renovado en una supuesta revolución que poco tiene, además, en común con la original, creando un nuevo juego de enfrentamiento entre los “unos” del gobierno y los “otros” de la oposición, y la otra cara, institucionalista y asimilada a la totalidad del pueblo argentino que hoy no tiene ni liderazgo ni poder institucional dentro del partido.

Importa poco que la “marca” sea usada por tecnócratas “blancos” o por sindicalistas “negros”; en tanto el peronismo sea una “marca” al servicio de la corrupción o de los negocios o el poder personales, no será ni peronismo ni fiel a su tradición de lealtad a los intereses de la Nación y de los argentinos. Hoy, en quien se define peronista, lo que importa es la conciencia de la tradición proyectada a lo institucional y a la totalidad del pueblo argentino, entendido como una unidad nacional justamente integrada por aquella revolución peronista.

El rastro peronista orienta allí donde hoy se origina la confusión acerca de la continuidad histórica de los argentinos y esclarece acerca de las características y posibilidades de esta continuidad. No sólo describe un camino político, basado en la recuperación de una tradición dentro de una institución, pero se pronuncia por un instrumental moderno y renovado a la vez que fiel a la doctrina, en todas las áreas políticas, desde la economía a las relaciones exteriores.

Como este peronismo tradicional lanzado a la recuperación de su institucionalidad es patrimonio de todos los argentinos, no hace diferencias en cuanto a la pertenencia histórica de sus integrantes, como hace un par de décadas, sino que incluye y aglutina a todos aquellos sectores que se identifican ya con su historia, ya con su permanente vocación de real servicio al pueblo argentino a través de un instrumental renovado. El peronismo tradicional institucionalista, heredero de las revueltas generaciones de antaño, hoy es la expresión más amplia y cabal de la totalidad del pueblo argentino.

El gran problema político de la Argentina es que los argentinos, y en especial los más jóvenes, ignoran esto porque, sin representación institucional ni liderazgo, y abrumados por la historia falsa de la “marca” usurpada, no podrían saberlo. Apenas intuir lo real dentro de lo invisible, esta persistente sensación de que debe haber algo mejor, más fiel a nuestra imagen; algo que no sólo se desea sino que se cree debe estar en alguna parte, madurando, esperando su momento. Ya no esa revolución inconclusa, sino esa tradición inconclusa que no encontró aún ni su adecuado liderazgo ni reconquistó su representación institucional.